La parábola de la canoa: cuando creemos que cierta persona va contra ti.


Así de sencillo funciona el cerebro humano: cuando estamos ante una amenaza del exterior se activa todo un proceso complejo de alarma. Cuando hablamos de personas, ocurre también. Así, por ejemplo, cuando dicha amenaza es un compañero de trabajo que nos quiere quitar un ascenso, o atribuirse un mérito que es nuestro, se activa una respuesta cerebral automática que hace que lo veamos como un enemigo que atenta contra nosotros. Cuando hablamos de grupos ponemos “a los otros amenazantes” como fuera del “nosotros” y lo convertimos en “ellos”. Es un proceso en el que la empatía se desconecta. Es un mecanismo neurofisiológico totalmente automático y que es comprensible desde el punto de vista de la supervivencia.

También ocurre todo lo contrario: cuando percibimos que alguien nos ayuda, que está en nuestro círculo de confianza, la empatía y el amor por el otro acostumbra a crecer. El instinto de cooperación es también útil para sobrevivir. Sirve para crear un “nosotros”. 

La buena noticia es que podemos tener cierto control sobre estos procesos. Limitado, eso sí. Pero, dependiendo de a quién des de comer cada día, crece el lobo del odio, o podemos alimentar al odio del amor. Es más, en palabras de Dhammapada <<El odio nunca es vencido por el odio. Se lo vence con amor. Esta es una ley eterna>> 

Tanto es así, que somos los primeros en prejuzgar y percibir las intenciones de los demás, creyendo que están en nuestra contra, y despertando la ira y el odio. La parábola de la canoa es un excelente ejemplo de lo que sufrimos gratuitamente:


1. Cierra los ojos e imagina que estás en una canoa en un río y sientes que te golpean fuerte y te tiran al agua. Ves a dos adolescentes. ¿Qué sientes? Seguramente, dirás que rabia y odio hacia ellos. 
2. Ahora imagina lo mismo, pero en vez de ellos, observas que ha sido un tronco el que te golpeó. ¿Qué sientes ahora?  ¿Sientes algún odio específico hacia los troncos? No, verdad. Quizá lamentarás tu mala suerte, pero no sentirás odio hacia nada.

En el primer caso, aparte del susto y el miedo causado por el evento, hay pensamientos que te generas tú: <<han sido ellos, lo han hecho a propósito, me tienen envidia, los odio...>>.  Son segundos dardos que revuelven e intensifican las emociones. En el segundo caso no reaccionamos. No alimentamos al lobo del odio.

La moraleja de esta parábola es que, la mayoría de veces, las personas no tienen intenciones malas hacia ti. Eres tú el que lo crees. La próxima vez que sientas que lo que hacen los demás es por hacerte daño, recuerda que los daños de otros son como los que te provocan un tronco. No es nada personal. Quizá te tocó a ti, como podría haber sido a otro.

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